miércoles, 23 de mayo de 2007

Entrevista a Victor Vazquez, por Eugenio Valdez Figueroa

HABLANDO POR SI MISMO
Ser otro para poder ser.
Cotidianidad y ritual

Entrevista al artista puertorriqueño Víctor Vázquez, a propósito de su exposición personal “La Casa de las Almas” en el Centro Wilfredo Lam.
Eugenio Valdés Figueroa
Curador, crítico de arte


Eugenio Valdés:
Algunos se aproximan a las religiones afrocaribeñas como sistemas de producción simbólica desde el rigor científico del etnólogo o del antropólogo; hay quienes lo hacen con la pasión del teólogo; otros se acercan desde la curiosidad y el misterio que despierta lo desconocido en lo profano; pero también existen aquellos que se aprovechan del oportunismo folclorista y snob promovido por las modas occidentales y por la cultura turística. ¿Desde qué óptica enfrenta Víctor Vázquez tan controvertido tema?

Víctor Vázquez:
Hay en mi obra de todo un poco porque la principal materia prima de mis investigaciones en el plano artístico es precisamente la diversidad de ángulos de análisis acerca de una misma temática. Pero pienso que sobre todo hay un elemento sociológico que añado a mis reflexiones sobre los sistemas religiosos sincréticos de componente fundamentalmente africano en el Caribe, pues estas son practicas eminentemente personales que se apoyan en lo cotidiano. Claro está que mi obra no constituye ella misma un ensayo teológico; no es tampoco un postulado teosófico sobre sistemas religiosos en particular. Mi obra indaga sobre el rol de esas creencias dentro de nuestros sistemas de conducta en la vida diaria.

Eugenio Valdés:
¿Quiere decir entonces que su obra se apoya conceptualmente en un paralelo entre los modos de comportamiento sociocultural y la lógica interna de la ritualidad religiosa?
¿Le interesa particularmente hacer énfasis en esa suerte de “inercia ideologica que rige los sistemas de conducta en la sociedad y las respuestas del individuo común a circunstancias concretas de la vida cotidiana?

Víctor Vázquez:
Yo lo plantearía de otra manera. El comportamiento humano está marcado por repeticiones ritualísticas, y éste es el aspecto sobre el cual a mí me interesa indagar. Pero la religiosidad popular en el Caribe abarca todos los niveles de la vida diaria. Llegan a confundirse lo habitual y lo sagrado, las supersticiones y el instinto, lo primigenio y lo contemporáneo, lo sacramental y los propósitos que se traza el individuo.
Esta es una simbología que recontextualizo, pero que parte de los rituales comportamentales del individuo mismo.
Son dos ritualidades superpuestas: una tiene que ver directamente con la tradición religiosa y se ha acentuado de manera ancestral, de generación en generación, con normativas muy rigurosas. El mundo se interpreta a través de esos parámetros ideológicos que les dicta la práctica religiosa. Pero existe otra ritualidad que se genera de la propia vivencia del individuo en su contacto con el “mundo exterior”, es una ritualidad existencial que es la que le da sentido a lo cotidiano. Es como si tras lo caótico y azaroso de nuestra existencia hubiera un orden que da lógica a nuestros actos y también a los obstáculos que encontramos en la realización de un objetivo o de un plan de vida.
No propongo mi trabajo como la obra de un sacerdote o de un shaman, sino más bien como una estrategia para hablar desde mi propia biografía sobre un escenario y una filosofía de lo cotidiano. Me interesa dilucidar y ver cómo se organiza el hombre; las creencias generan estructuras, hábitos y relaciones. El sujeto de mi obra soy yo mismo, y sobre mis retratos y mis testimonios se “dibujan” algunas de las más reveladoras líneas del mapa social y cultural de mi país. Me presento a un mismo tiempo como artista y como ciudadano común; así puedo hacer un paralelo entre el proceso de creación como ritual y la zona creatividad que abarca la ritualidad cotidiana.

Eugenio Valdés:
¿Significa esto que su reflexión sobre lo insular no se apoya solamente en la cotidianidad como concepto, sino también en las relaciones de posición y de oposición entre lo público y lo privado?



Víctor Vázquez:
Exacto. Un practicante de Santería, por ejemplo, trata de explicar y controlar las fuerzas sociales y naturales desde su privacidad. El contexto del ejercicio religioso es precisamente el espacio doméstico, su casa es también el Templo, y desde allí el individuo no ruega, sino “trabaja” junto con sus “muertos” y sus deidades en un mismo plano de la existencia que borra los límites entre lo mundano y lo divino.
Pero hasta un ateo vive casi sin saberlo en el ejercicio de comportamientos ritualistas, los cuales devienen “sagrados” para él; la costumbre hace dependiente al sujeto de sus rituales, que vistos fuera de contexto a veces nos resultan insulsos. Llegan a tener una funcionalidad relativa, disuelta en la cadena de operaciones que la cultura impone a nuestra agenda.
Hace un rato te referías a la “inercia ideologica” por la que con frecuencia se deja llevar el individuo en nuestras sociedades. Para mí esto no es un rasgo negativo o positivo; ni siquiera permito que se transparente mi criterio al respecto, pues me interesa presentarlo como lo que es: un ingrediente de la cultura. Al propio tiempo, el simulacro de aceptación de las normas sociales, políticas , religiosas, etcetera, convierte al sujeto en una máscara de sí mismo. En mi obra “El Viaje del cuerpo y la máscara” aparece un hombre en un rincón, el único espacio de acceso hacia el exterior es el lente de la cámara que ha captado la imagen. La obra brega tanto sobre la incertidumbre como sobre la supresión del “yo”.
Ahora bien, en la cultura insular el individuo está marcado por un aislamiento fatal; el practicante de estos sistemas religiosos reproduce a nivel doméstico la segregación de la Isla. La Isla se multiplica en el espacio privado de cada practicante. Si por una parte la casa es el Templo desde donde se trata de incidir sobre el destino propio, paradójicamente es también el espacio de liberación de la disciplina y de los controles ejercidos por la sociedad sobre la individualidad y la diferencia. Si algo de provocativo hay en mis instalaciones es el hecho de que al traer esas experiencias desde el “mundo interior” del practicante al espacio público de la galeria de arte, entran en conflicto con las expectativas del observador, quien siente divulgado su propio “secreto”, parodiada y compartida de forma caricaturesca su “intimidad”. “La Ave María I y II”, “La communion”, o “Identidad desnuda” dejan al descubierto con cierto tono burlesco nuestras ritualidades y proponen una lectura ontológica que denuncia nuestra vulnerabilidad; la identidad puesta al desnudo pone en precario nuestra seguridad; por eso, el simulacro de subalternidad es uno de nuestros más eficaces mecanismos de defensa.
El puertorriqueño de hoy no puede definir con claridad su lugar porque su “autenticidad” ha devenido una caricatura. Todos vemos nuestro pasaporte oficial con la suspicacia que despierta nuestro irónico sentido de pertenencia a un territorio. Pero también nuestro documento official de identidad es visto con suspicacia por los “otros”; no somos colonia ni tampoco república, pero somos minoría latina en suelo norteamericano, al márgen de los pequeños privilegios migratorios que proporciona nuestro status indefinido.

Eugenio Valdés:
¿Qué conflictos, en su opinion, afronta el intelectual del Caribe, en la formulación de un discurso ontológico, ante el juego de simulaciones propiciado por factores de tanto peso en nuestras islas como la cultura política o la turística?

Víctor Vázquez:
Somos un cliché. Al Caribe se le visita con la esperanza de encontrar el cálido sol del Trópico, la extrovertida mulata de caderas voluptuosas, los chillones colores del carnaval y el rítmico percutir de los tambores. Somos para el turista de paso la “tierra prometida” del placer y del vicio, y también un embrujado sitio de nigromantes que viven de augurios y sortilegios. Por momentos mi obra ofrece lo que se espera de nosotros; en esta dirección no dejo de ser cínico, porque mis fotografías no documentan un contexto, sino un criterio. Quienes encuentran en mis trabajos una mirada folclorista pueden estarse encontrando a sí mismos al caer en la trampa de mis “ensamblajes”, los cuales no descartan siquiera la posibilidad de excomulgar la falacia que ya está incorporada a la identidad del caribeño. Si así nos ven, de algún modo así somos, porque la mirada ajena es también un componente de la identidad propia.
Hay algo de complacencia en la relativa aceptación de los clichés impuestos por la mirada ajena. Pero esto no implica en ningún sentido conformidad. Podría décir que existe una conformidad simulada, una conveniencia oportunista y burlona. La burla es “el pan nuestro de cada día”. Así titulé una obra en la que una muchacha desnuda porta en sus entrepiernas un racimo de plátanos, un símbolo que en Puerto Rico siempre ha estado relacionado con la tierra, con la pobreza, pero a nivel popular también vinculado con el erotismo. Este es ya un símbolo desgastado por su uso, retorizado por un discurso seudoauténtico. El título lo tome de una obra de Frades, un reconocido pintor puertorriqueño de principios de siglo, en la cual el racimo de plátanos implicaba lo básico, lo primario, el indispensable alimento, la supervivencia, lo nacional…
En mi obra, todo apunta al deseo; sobredimensiono la libido e irónicamente hiperbolizo el tema de la fertilidad. Aunque este es el trasfondo de ese tipo de trabajos, mi interés está dirigido fundamentalmente a enfatizar la manera en que prostituimos la identidad aprovechando las expectativas del “otro”. Puedo parecer radical en un juicio como éste, pero lo cotidiano –uno de los temas centrales de mi obra actual- es también el comercio de la imagen folclorista como una forma de supervivencia perpetuada por la persistencia de determinadas relaciones sociales. La persistencia hace al hábito y a las costumbres. Y de ese modo, también la tradición incorpora y estructura los simulacros.

Eugenio Valdés:
La simulación no es únicamente uno de los más socorridos mecanismos autodefensivos que históricamente ha asumido el individuo como ser social. Es también un balance de armonía que conecta el ser y el no ser. La problemática temporal es esencial para comprender este fenómeno. Pero cuando usted se refiere en su obra a esa mitología cotidiana que ponen en conflicto continuidad y discontinuidad en virtud del sentido cíclico de la existencia, lo hace aludiendo más a la perpetuidad que a la inmortalidad…

Víctor Vázquez:
Sí. De cierto modo, sí. Es que siempre he pensado que tanto la interpretación que el “otro” hace de nuestro mundo, como la impostura conveniente de nuestro folclor, son simultáneamente químeras –por ambas partes- y desviaciones ideológicas de la realidad que nacen de las relaciones de poder-subordinación. Nuestro rostro queda velado detrás de tanto simulacro. Mi obra En busca del rostro perdido es un autrorretrato en el que aparezco con los ojos vendados, con un halo de plumas de ave, identifico el género del autorretrato con la supresión de “yo” en la colectividad. Lo público y lo privado se cruzan en un sacramento con el tiempo y con la muerte. Es como si tomara conciencia de mí mismo y de mi herencia.
Esto me recuerda el verso de “Piedra de sol” de Octavio Paz, según el cual “..para que pueda ser, he de ser otro”. Y no me estoy refiriendo exclusivamente a la máscara, sino también a la dialéctica que la identidad contiene. La identidad no es una noción absoluta. El modo en que parafraseo el título de la famosa novela de Marcel Proust en mi obra En busca del rostro perdido implica la formulación de una identidad fragmentada por los efectos de la dimension temporal.
No solo la identidad es un concepto fragmentario. También la historia se pluraliza en las identidades. La historia puede construirse en multiples versiones en la mirada de cada cual, o puede ocultar o revelar oportunamente sus narrativas según circunstancias e intereses, o simplemente someterse a olvidos involuntarios o a fabulaciones imprevistas que alimentan sus ambigüedades y convierten en caldo de cultivo la anulación de sus límites con la mitología.

Eugenio Valdés:
En tus trabajos más recientes utilizas determinados símbolos, atributos y conceptos extraídos del espiritismo como doctrina y de su práctica en el Caribe. ¿Se trata en estos casos de una metáfora sobre el sentido de trascendencia y el diálogo con la memoria? ¿Implican estos nuevos referentes un corte radical con respecto a tu obra precedente?

Víctor Vázquez:
No creo que estas obras hayan implicado una ruptura en relación con mi producción anterior. Ellas se incorporan consecuentemente a las líneas temáticas que he venido desarrollando durante los últimos años.
Por ejemplo, para mi proyecto La Casa de las Almas, que exhibí hace unos meses en la Galería Couturier (Los Angeles, California) y que luego se expuso en La Habana, en las salas del Centro Wilfredo Lam, tome el título de la obra homónima del autor francés Alan Kardec. Las instalaciones que aquí exhibo especulan sobre ese ritual del espiritismo, en el que se trata de “tejer” una red invisible de hilos que conectan las ausencias del presente con los argumentos que se refugian en la muerte. El espíritu y la mente funcionan como un sistema de vasos comunicantes que permanentemente activan los extintos depósitos del pasado.
Afirmar que las almas cuentan con una “residencia” es un sofisma; las almas jamás reposan en paz. Vivimos anclados en una perenne disputa entre “el más allá” y “el más acá”, y nuestras almas y las de nuestros ancestros vagando en un no-lugar, interfiriendo de un lado y del otro. Definitivamentem pertenecer a los “vivos” o a los “muertos” constituyen las únicas opciones posibles, pero también marcan estados diferentes de la existencia: ser y ser otro, sin dejar de ser uno mismo.
Tales nociones vuelven a aparecer en “Fragmentos de una historia, que aún no termina”, y en “Los muertos que llevo en la cabeza”. En esas obras hago allusión al tradicional culto a los ancestros, pero como un pretexto para establecer la ineludibilidad de la muerte y la continuidad del tiempo en ambas direcciones. No solo pretendemos dominar el mundo, sino también discontinuar el tiempo, desplazarnos en la eternidad. Por esta razón la verticalidad aquí no es casual; crea un puente entre lo divino y lo terrenal que se refiere a la forma en que buscamos perpetuarnos más allá de la propia muerte. La obra parece inconclusa porque carece de una definición de sus límites. Los recuerdos, el pasado, dan sentido a la existencia, pero siempre dejan una brecha, un espacio vacío reservado para el porvenir.

Eugenio Valdés:
Sin embargo, ese “espacio vacío” también había sido identificado con la muerte en tu serie El reino de la espera…

Víctor Vázquez:
Pero en mi serie “El reino de la espera”, la muerte es vista como una reafirmación nunca como una negación. Documenté la muerte de un hombre joven enfermo de SIDA, así como todo el proceso de deterioro físico y de conflicto entre la esperanza y el destino. Sin embargo, la muerte de este individuo no significaba el sinsentido de la existencia, aún cuando constituía la interrupción de un proyecto de vida. La vida y la muerte son entendidas en su continuidad, y en esta dirección se conecta aquel tipo de trabajos con mi obra actual. El cuerpo, que ha sido un leitmotiv en mi obra, se redefine a partir de “El reino de la espera” en un tránsito desde lo prohibido a lo putrefacto, del placer al dolor, del origen a la provocación de la muerte. Pero ese es un ciclo sin principio ni fin, que se conecta por sus extremos. El hombre se perpetúa en sus huellas; es por esta vía que entiendo la muerte como celebración : no nos incorporamos definitivamente al mundo de los difuntos. Abandonamos nuestra pertenencia al mundo de los vivos solo de forma relativa; quedamos habitando en un sitio difícil de ubicar temporal y espacialmente, pues pertenece al territorio de la memoria.
Más de una vez he pensado que no existe un concepto más cercano a ese limbo entre el mundo de los vivos y el de los muertos que el de la Identidad.
La Identidad no puede ser comprendida si no es a través de esa mitología en torno al ciclo de nacimiento-muerte-resurrección . Casi siempre se habla de identidad en terminos de espiritualidad, ideología, filosofía, etcétera, es decir, en términos muy abstractos, pero pocas veces se le entiende como algo tangible, objetivo, que vive, respira, muere, se pudre, renace…Ella se desplaza pendularmente entre lo abstracto y lo concreto; se completa en su materialidad y retorna a su zona espiritual como cobrando fuerzas; necesita dejar de ser para volver a la vida reencarnada en otra sustancia…

Eugenio Valdés:
¿Cuáles son tus proyectos más inmediatos y cuáles tus más actuales motivaciones?

Víctor Vázquez:
En este momento me encuentro desarrollando un proyecto de instalación que tiene que ver con el centenario de la invasión norteamericana a Puerto Rico, pero la obra sortea constantemente las trampas de lo anecdótico y evita el ángulo historicista de este asunto. Me resulta mucho más atractiva la trascendencia de ese hecho en la consolidación durante varias generaciones de determinados patrones de conducta en la sociedad puertorriqueña, de ciertos aspectos psico-sociales gestados en la relación histórica entre Puerto Rico y Estados Unidos. Una vez más, el Espiritismo es mi punto de partida, el contacto con “ultratumba”.
Si fuéramos a ser irónicos, con tan delicado tema habría que decir que “lo llevamos en el alma”. Aunque la obra se apoya fundamentalmente en lo documental –fotografía, objetos recuperados y documentos de archivos- realmente me interesa lo “testimonial” dialogar con el “alma” de esos objetos, hurgar en la memoria. El título de la instalación es “Para entender a los Vivos hay que comunicarse con los muertos”. En la muerte, en la memoria, en nuestro pasado, reside el colectivo inconsciente. Allí están las claves para comprendernos y para reencontrarnos con nosotros mismos. La obra construye una suerte de árbol genealógico; son cajas que contienen información que yace inerte, olvidada, pero que es potencialemente “desenterrable”. Es una especie de rompecabezas –como nuestra identidad-, pleno de dudas y de atisbos. La curiosidad que despierta el contenido de esas cajas es uno de los más recurrentes ritos del individuo “en busca del rostro perdido”.

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