miércoles, 23 de mayo de 2007

Del cuerpo del sentido: de Eros y Thanatos, por Antonio Zaya

VICTOR VAZQUEZ: DEL CUERPO DEL SENTIDO: DE EROS Y THANATOS

Por Antonio Zaya


« Soñaba que regresaba a la tierra y que mi cuerpo se sentía libre. Que volvía a tener la oportunidad de estar entre los vivos, de tocar la tierra, de ver la noche y el día, de sentir otros cuerpos y ser sentido. No sé, a veces pienso que los muertos entierran a los muertos"
Víctor Vázquez. El reino de la espera. 1991



I


Una lectura implícita, una ur-sprache en la base de todas las lenguas, a la que ya hiciera referencia Jacob Boheme, nos abre a una significación cuando menos paralela y simbólica y a un sentido en otra dirección. Acaso se trata de un sentido no "visible", si se quiere fantásmatico, incorporal, pero sin duda presente, al menos elípticamente.
En el contexto caribeño, tan vitalista como adormecido por la luz intensísima, encandilado, la acción y el sentido se bifurcan constantemente. Los hechos y las palabras se confunden o enlazan frecuentemente, como realidad y deseo, en un contexto cultural propio, sin parangón. La obra del puertorriqueño Victor Vazquez no sólo no escapa a esta realidad doble sino que la alimenta, la convoca, la inflama. Y no únicamente por las implicaciones espirituales, animistas, que desfilan sin cesar ante nuestros ojos sino, también, y más concretamente, por una doble lectura, un doble sentido, una doble intención que la recorre.
Liquids and Signs es, como su nombre indica, fluidez y huella, movimiento y consolidación, un contrapunto barroco del rio y su cauce, explicitado tanto en las sillas, donde el artista deposita tierra y libros abiertos, blanqueados "aparentemente" con cascarilla de huevos, como también en los huesos que caen del útero, y en las palanganas y escupideras, que recogen los fluídos corporales: semen, heces, menstruo, sangre, leche y como en las velas que dan luz a estos fluídos.
No podemos olvidar que el tiempo recorre estas huellas de la memoria, de una experiencia pendiente de un hilo y acaso de una sola identidad y las hace inaplazables e irrepetibles, como la vida y la muerte que anuncian cuando tiramos de ese hilo.
El gran poeta andaluz J.M. Caballero Bonald repetía recientemente que "somos el tiempo que nos queda", lo que ya había dicho hacía tiempo, que somos lo que nos queda por ser; sentencia que me parece muy semejante a esta memoria del futuro que nos presenta periódicamente Victor Vazquez, donde vida y muerte se solapan y alternan como en un juego de espejos, y donde, como escribiera Deleuze: "la repetición es una diferencia desplazada en el tiempo". Nada se repite para que sea lo mismo, porque, siempre y nunca, nada es igual.
De este modo, el cuerpo del sentido es, en Victor Vazquez, la imagen de la memoria del futuro, de su muerte, la del cuerpo y la del tiempo a la vez. Pero la muerte ya no es cuerpo ni imagen, sino nada. Y nada es lo que conviene a la ausencia y la pérdida, al blanco espiritual, a la huella de una memoria aún porvenir.

II

Difícil laberinto el de lidiar con el cuerpo y la muerte, con el cuerpo del sentido. Pero de dónde le viene a Víctor Vázquez esta afición fascinante de fijar lo que pasa, de cazar lo invisible, de domar el tiempo? Sin duda de la fotografía, dominada según Peter Weiermair por la pasión scopofílica, por la pasión de ver. Es un sacrificio y el tiempo de una espera que no siempre alcanza a ver más que nada.
Con toda probabilidad, Victor Vazquez ve el cuerpo como lugar de resistencia de un discurso erótico, que se niega a morir, pero sabe que su deseo no es más que vana ilusión y que, a la postre, siempre se desea para la muerte. No considera ese cuerpo, desde luego, como un campo de batalla, pero sí como un lugar destinado a fluir dejando huellas, síntomas, escenas deshilvanadas como en un sueño, que nos trasladan, que nos transportan, a otro lugar, aún cotidiano, de paso, siempre en tránsito de abandonar su sentido para derivar en otro aún por establecer, en las páginas de un libro abierto en blanco, de un camino por caminar, de un huevo por romper, de un tatuaje por grabar, de una huella por fosilizarse. Un cuerpo, en definitiva, que vive, que fluye para la muerte y en eso consiste su corporeidad.

III

La obra de Victor Vazquez absorve sus propias raíces y las expone a la luz de las velas, cual cómplice de su infancia, de su memoria, de sus ancestros, de su tierra. Estas raíces son sus estímulos principales, genuinos, no sólo porque impregnan cada una de sus piezas, trabajos y acciones, sino porque gracias a ellas puede el artista hablar de la vida y de la muerte. Los medios expresivos que utiliza le permiten esa luz progresiva, espiritista, llena de personajes, motivos, formas y temas que fluyen de esas fuentes originales. La aparición de esos mundos paralelos, de esos escenarios más allá de lo que vemos, evocan y reflejan con transparencia esos momentos del tiempo del sueño por venir y ya pasado, del tiempo del recuerdo, de la pérdida y de la muerte, de un no-lugar sin tiempo.
En esos espacios que huyen, cada uno de los síntomas, cada una de las huellas, conforman un tiempo en el camino de la muerte, en el camino del futuro que se confunde con la memoria, un tiempo que nos engaña como en el carnaval, sin conciencia de su verdadera identidad , ni de su naturaleza física y/o espiritual. Nada adquiere entonces más relieve que la huella de paso.
Se establece así una relación directa, íntima y espectacular, entre espectador y obra, con dos rostros, como una moneda. Una cara de dolor, de posesión y muerte en vida, que intenta abrirse paso en el tiempo de la memoria y otra hecha de nada , como la estatua de Apollinaire, por venir, por morir.
En este cuerpo del sentido, que Victor Vazquez aborda, en ocasiones encuentra, acoge y celebra la luz, que se resiste al amor, que se resiste a vivir nuevamente de la muerte, a repetirse, a resucitar espiritualmente en rojo indio, con machete, tierra y sangre, más allá del negro y el blanco, más allá del papel y de la mano del dibujante.

IV

De Liquids and Signs no podemos decir en rigor que sea la obra de un iniciado o, al menos, no lo pretende. Y, sin embargo, aunque inmediatamente no apreciemos sus códigos, Víctor Vázquez se las ingenia para establecer entre ella y el espectador suficientes vínculos y complicidades que hacen posible una comunicación activa, un encuentro magnético con el sentido, a pesar de nosotros mismos y a pesar de su celo.


Platja d'Aro. Girona. Enero 2004

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